martes, 7 de julio de 2009

Sanaron las callecitas de mi barrio



Gracias a la insistente manifestación ciudadana de los vecinos del barrio Pasadena de Bogotá, quienes por medio de carteles en las fachadas de las casas y de los edificios reclamaban por una urgente reparación de sus calles.
Se obtuvo la atención de los distintos medios de comunicación, noticieros de televisión, periódicos tanto de circulación nacional como local.
Se tocaron todas la puertas de las diferentes dependencias oficiales.
Los dierentes integrantes de la Junta de Acción Comunal tanto en equipo, como en forma individual lideraron campañas para llamar la atención de quienes podríán de una manera u otra influenciar para que por fin se tomara la decisión de reparar la estropeada malla vial
Por fin,gracias al interés prestado por algunos concejales de Bogotá y ediles de Suba como la Doctora Netcy Echeverry, y claro está la participación y decisión del alcalde Local de Suba.
Hoy contamos con unas vías rehabilitadas.
Las callecitas mi barrio están como una tacita de plata.

martes, 3 de febrero de 2009

CURIOSA PROTESTA






Bogotá es una ciudad que cuenta con más de siete millones de habitantes. Sus barrios han sido clasificados en seis estratos, en la siguiente forma:
Estratos 1 y 2: para la clase menos favorecida.
Estratos 3 y 4: para la clase media baja y media-media
Estrato Cinco: para la clase media alta
Estrato Seis: para la clase alta.
De esta forma se hace una distribución escalonada de las tasas a pagar por concepto de los diversos impuestos y de los servicios públicos. O sea que los estratos cinco y seis subsidian a los estratos bajos. En otras palabras quien viva en estrato cinco y seis paga los más altos impuestos de la ciudad.
Lo anterior no implica que las autoridades reviertan esos impuestos en la calidad de mejores vías, o de mejores servicios públicos.
Un ejemplo de lo anterior es mi barrio: Pasadena, clasificado como de estrato Cinco.
Las peores vías de la ciudad, pagando los impuestos más altos: Contradictorio, cierto?
Pues bien, en Pasadena se ha iniciado una silenciosa campaña consistente en colocar afiches y carteles en las fachadas de los edificios en donde se reclama por una atención de las autoridades Alcaldías local y Distrital para que por favor observen el lamentable estado de las vías. No hay derecho!
Hasta el momento, la respuesta del Alcalde local es la de no hacer caso a protestas de unos “Cartelitos”,Así lo ha manifestado.
Se acompañan fotografías de algunos “Cartelitos” y de algunos “Huecos” de Pasadena.
Seguiremos protestando…..

sábado, 10 de enero de 2009

LA ENFERMEDAD DEL OLVIDO

LA ENFERMEDAD DEL OLVIDO

Me comencé a preocupar cuando Lucía abandonó su costumbre de resolver crucigramas, encontré que en las revistas y en los diarios, los crucigramas estaban intactos, sin letra alguna, sin borrones. Lucía era una afiebrada a la solución de los crucigramas, para ello se ayudaba de diccionarios especiales, y de un cuaderno propio en donde apuntaba las definiciones que aparecían en algunos de ellos.
A Lucía la conocí hace muchos años. Recuerdo que fuimos con mi esposa a visitarla a su apartamento recién adquirido, al norte de la ciudad, en un precioso conjunto cerrado, tipo campestre, amplias zonas verdes, senderos para caminar, parquecitos, bosques nativos. El apartamento bastante amplio, con grandes ventanales, y una vista espectacular. Y la sonrisa de Lucía manifestando ese bien ganado orgullo de sentirse satisfecha con su vida.
Lucía estaba muy orgullosa de su vivienda, y en fin de su vida. Había obtenido su pensión, suficiente para vivir cómodamente. Soltera. Independiente. Nunca le había hecho mal a nadie. Mujer de pocas amistades. Orgullosa de su autonomía, lectora de cuanto libro caía a sus manos, con opiniones propias sobre la situación del país, siempre informada, con suscripciones a los periódicos y revistas, y como lo anotara, se esmeraba en resolver todos los crucigramas.
Cuando creía conveniente, ayudaba a su escasa familia: Jaime, su hermano, hombre de poco carácter, casado con Mariela, mujer ambiciosa y dominante, y su única hija, Patricia, universitaria, poco agraciada, muy parecida a la madre. Jaime, ya pensionado, vivía con estrecheces, en un barrio de clase media, con un automóvil modelo 1980, que constantemente visitaba a los talleres mecánicos, erosionando las finanzas de Jaime. – Cuándo vas a cambiar de coche? Le increpaba Mariela. Somos motivo de burla en el barrio. Es el auto más antiguo de todos nuestros vecinos.
Lucía tenía un mayor y frecuente contacto con su hermano, y con su sobrina Patricia. No tanto con Mariela, ya que no le despertaba mucha confianza.
De esta manera transcurría la tranquila vida de Lucía.
En mi interior siempre me decía: yo quisiera tener una vejez como la de Lucía. Lograr no depender de nadie, no ser una carga para nadie. Tener un buen apartamento, y todo lo necesario para llevar una vida estable, tranquila. Y con la seguridad que transmite el contar con una buena jubilación.
Pero los años traen consigo una carga impositiva, La fatiga del cuerpo se va manifestando. Y es así como Lucía, descubre que va olvidando cosas…
Un día se encuentra en un concurrido centro comercial, y luego de dos horas de recorrer los almacenes se da cuenta de que no sabe por qué está allí. Para qué iba? Sería a alguna oficina bancaria? Necesitaba hacer alguna compra? Debería encontrarse con alguien? Asustada, se regresó de inmediato a su apartamento. Ella sabía que algo terrible empezaba a ocurrirle.
En otra ocasión, estaba en su cuarto viendo la televisión, cuando sintió un extraño olor a quemado. Alarmada se fue para la cocina y encontró que las ollas con el almuerzo que había empezado a preparar se habían secado…desde hacía horas. Le tocó comprar batería nueva de cocina, porque esas ollas ya no servirían más.
Mientras tanto, enterada del deterioro de Lucía, la cuñada, muy previsiva, le manifestó preocupación a su esposo Jaime, le dijo que había que tomar precauciones con Lucía, que había que “protegerla”, y fue así como ya empezó a acompañar a Jaime en sus visitas, las cuales se hicieron más frecuentes.
Cierto día, Mariela entre juego y chanza quiso poner a prueba a Lucía. Mariela acompañaba a Lucía al cajero automático para el retiro de su pensión. Como el cajero establece un máximo de retiro por transacción, Lucía debería hace cinco transacciones para poder retirar la mesada completa. Mariela dejó que Lucía introdujera la tarjeta y anotara la clave y la cantidad de dinero para su retiro. Hábilmente le sustrajo Mariela la tarjeta, mientras Lucía contaba y recontaba el dinero de su primera transacción. Enseguida Mariela dispuso que se marcharan para el apartamento de Lucía, pues ya era tarde, y se habían demorado mucho en el cajero.
Cuando finalmente Lucía quedó sola, mentalmente repitió la película del cajero, y no recordaba sino un solo retiro por quinientos mil pesos. Faltaron otros cinco retiros para el total de los tres millones que le correspondían de mesada…Pero la tarjeta no la encontraba. –Qué cabeza la mía!, se lamentaba, y seguía buscando la bendita tarjeta.
Finalmente, se decidió por llamar a Jaime para manifestarle su inquietud. Jaime estaba durmiendo, le contestó Mariela. Al relatarle lo sucedido, Mariela le dijo que a ella le constaba que Lucía había efectuado seis retiros en total, para los tres millones de pesos. Que tenía que acordarse de eso. Que se habían demorado un montón de tiempo.
Ahora sí que quedó preocupada Lucía, pues estaba confundida…si había hecho seis retiros por qué no tenía sino quinientos mil pesos?
Mientras tanto, Mariela ocultó lo de la llamada a su esposo por un tiempo, mientras hacía los retiros restantes. Al siguiente día en la tarde, le comentó a Jaime:- “Oye, Jaime, cómo te parece lo de Lucía: dejó la tarjeta olvidada en el cajero, que si no es por mí se la hubieran robado. Es que definitivamente Lucía no puede hacer nada sola, es un peligro para ella. Cualquier día la pueden robar. Todo se le olvida. Inventa cosas, etc. Yo creo que lo mejor para ella, es que nosotros le manejemos todos sus asuntos”. Y Jaime estuvo de acuerdo, ya que era totalmente cierto, a su hermana todo se le estaba olvidando, confundía los días. Lucía era incapaz de manejar sus asuntos financieros.
De esta manera, Mariela pasó a ser la manejadora de la tarjeta de retiros de Lucía, para “protegerla” de que alguien la pudiera engañar.
Y ese mes, por primera ocasión en su vida, Lucía aguantó hambre. Ya no tenía reservas en su despensa, la nevera se le había desocupado, ya no tenía ni jabón para bañarse. No pudo cancelar los servicios de energía y gas, por lo que le fueron cortados. Jaime la reprendió por esto. –“ Es el colmo! Le increpó. Qué dirán los vecinos que tú no tienes con qué pagar los servicios!”
Con el tiempo, Mariela fue dando otros pasos. Le insinuó a su esposo que era hora de remodelar el apartamento, cambiar de muebles, de nevera, de televisor, etc. –“Y cómo vamos a hacer, si lo que recibimos tan solo alcanza para sobrevivir?
-Pues muy fácil, le contestó Mariela. Hipotecamos el apartamento de Lucía?
- Cómo se te ocurre. Eso jamás! Es el apartamento de mi hermana. Eso es sagrado!
-Mira, Jaime, Lucía ni se va a enterar, nosotros pagaremos hasta el último centavo. Sencillamente es una forma de financiarnos. Hasta podríamos cambiar de auto…El que tenemos es muy viejito, y ya empieza a pedir mucho dinero en mantenimiento.
Este último argumento convenció a Jaime, quien de esta manera pasó a estrenar un último modelo. Y fue así, como las mesadas de Lucía se fueron haciendo cada vez más pequeñas, por los descuentos de la hipoteca de su apartamento y por préstamos posteriores. Cada vez que “sacaban” a Lucía a dar un paseíto, era para hacerle firmar documentos extraños. Lucía no volvió a tener control sobre su presupuesto, su dinero lo manejaba su hermano. Lucía ya no tenía amigos.
Y mientras tanto la extraña enfermedad del olvido continuaba haciendo estragos, y Lucía se deterioraba más y más.
Jaime y Mariela discutían sobre el futuro incierto de Lucía. - Ella no puede vivir sola!, fue la conclusión. Y así fue como dispusieron que Lucía, para evitar problemas legales le “vendiera” el apartamento a Patricia, la hija de Jaime y Mariela. Lucía firmó los documentos en la Notaría, sin saber de qué se trataba, pues le impidieron leer las escrituras. Solo la dejaron firmar y colocar su huella digital en los documentos.
Y así fue como Lucía fue despojada de su lujoso y cómodo apartamento. Jaime se la llevó a vivir con su esposa, en donde determinaron que los muebles de Lucía no cabrían en un cuartico pequeño, por lo cual no le trajeron muebles. Le asignaron el cuarto destinado al servicio doméstico, sin televisor, solo un pequeño radio de pilas, para que no se aburriera, como decían ellos, tan amables.
-No se imaginan, el sacrificio que estamos haciendo al aceptar recibir a Lucía en nuestro apartamento!, alardeaba Mariela ante sus amigas, quienes veían en Mariela una reencarnación de la Madre Teresa por su espíritu de ayuda y de sacrificio por los demás.
Hoy en día el apartamento de Lucía está habitado por Patricia, la afortunada hija de Jaime y de Mariela, y por su feliz esposo, quienes no tuvieron que comprar muebles, ni siquiera televisor!
La última vez que vi a Lucía, conocí la cara de la depresión. Los ojos hundidos, el cuerpo tembloroso; de lo más profundo de su corazón se le escapan una especie de suspiros, que parecen gemidos.
Lucía ahora es incapaz de sonreír.
Hemos intentado visitar a Lucía de nuevo, pero su familia lo impide, alegando que se le hace un daño ya que cuando se encuentra con sus amigos de antes, se pone muy nerviosa, se altera, y le vienen momentos de grandes depresiones.
Mariela afirma que ellos cuidan muy bien de Lucía. De esta manera se ha establecido un muro infranqueable que nos ha impedido volver a conversar con Lucía.
Un nudo en la garganta se me forma cada vez que pienso en el tremendo deterioro que ocasiona la Enfermedad del Olvido, y cómo la ambición humana se aprovecha de esta circunstancia para despojar de todos los bienes a quien la sufre.